POR GRACIÁN DE HERRERA
CAMINO por las nubes de la ilusión y el sueño… Son los ojos de Ana Lucía, una modelo argentina que radica en México. Al contacto con su mirada, parece que se convierte en el viento que provoca ciclones, lluvias en el desierto o lloviznas en la vida deshidratada por la rutina de lo cotidiano.
Su piel palpita con la fricción de las nubes que arrojan relámpagos y truenos en una sinfonía de estridentes notas que caen sobre el horizonte. En la oscuridad, el brillo de sus ojos emana acero al blandirlo sobre la llama de su rostro, el cristal que hace del cielo una danza de estrellas.
Apenas distingo la voz que marca sus enhiestos pómulos, los labios que saltan como un carrusel que hace de un beso algo que susurra la respiración del tiempo: El vaivén de las olas, el encallar bajo las estrellas, el sumergirse hasta el infinito océano.
Ana Lucía es el nombre que escarba en lo más recóndito del pensamiento, en lo más profundo del ser que eleva la mirada en el alba después de una noche huracanada. Al abrir los ojos, vemos el sol que nace en el horizonte y la luz de la luna que acaricia el mar plagado de estrellas desaparece por arte de magia.
La sonrisa que hace del espacio, un remanso, de su piel la arena suavizada por el correr de salinos pensamientos. Viaja, viaja tan lejos como el sabor de la primavera que ha llegado con el ímpetu de las flores que dan color a los bosques de concreto.